EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE TEATRO

El sábado día 15 de julio, en el Patio de Armas del Castillo de Oropesa, tuvimos el privilegio de ver cumplido el sueño de una noche de verano. Ocurrió en el contexto del Primer Festival de Teatro de Noctívagos, en un lugar especial y a una hora mágica, cuando los duendes nocturnos salen a hacer sus diabluras amparados en la complicidad de las estrellas. Allí apareció el irlandés Denis Rafter cargado con su hatillo de actor errante, se subió a las tablas y nos tuvo a todos los espectadores encantados y pendientes de sus hipnóticas palabras.

¿ Qué demonios hizo este hombre para tener en tal estado a su auditorio? Pues hizo de todo y todo bueno. Jugó magistralmente con un idioma que no es el suyo y que él sabe retorcer para conseguir la risa, nos dio una clase sublime de interpretación, bailó con una solvencia impropia de quien tiene sus años, cantó con una voz magnífica, nos contó cuentos al viejo estilo de Irlanda, interactuó con el público y nos recitó con una intensidad que sobrecogía diferentes pasajes de las obras del Cisne de Avon. Nos metimos en la piel de Hamlet, en la de Ricardo III, en la de Otelo o en la de Marco Antonio y comprobamos, como sostenía el propio intérprete, que la emoción de un texto se puede transmitir, aunque no entendamos la lengua en la que está escrito. Subrayamos este momento, porque nos parece especialmente significativo: en Oropesa, un pequeño pueblo que no llega a los tres mil habitantes, los versos de Shakespeare, maestro de maestros en las artes teatrales, resonaron con una limpieza que hacía estremecerse incluso a las piedras milenarias de la fortaleza. Fuimos el populacho vociferante de Roma ante el cadáver de Julio César, suspiramos divididos en sectores, aprendimos a cantar en gaélico, nos preguntamos por qué el papa no se llama el papo, supimos por qué se malograron las bodas del sol, escuchamos las historias de un viejo zapatero remendón o nos enteramos de por qué los erizos tienen púas. Denis Rafter, en definitiva, jugó con nosotros, en el mejor sentido del término, y nos hizo pasar una noche inolvidable con esa sabiduría que sólo los mejores atesoran.

Las comparaciones, todos lo sabemos, son odiosas, pero algunos nos acordamos de Rafael Álvarez, “El brujo”, y de esa misteriosa facilidad suya de llevarse al público donde él quiere, la misma que comparte con este dramaturgo irlandés que nos dejó a todos con un sabor de boca estupendo. La obra que disfrutamos se llamaba, por cierto, “Un actor en busca de trabajo”, y desde Noctívagos de Oropesa le podemos asegurar que con nosotros tiene un puesto permanente. Gracias, “Quijote de Dublín”, por tu magisterio y por acercarte a mostrárnoslo a un pueblecito de la Mancha que nunca te olvidará.